Tuesday, August 29, 2006

Sparrow








En Artbox, el foro del gran Sedyas, se pueden contemplar un buen puñado de dibujos e ilustraciones con el tema base de Piratas del Caribe, a cual más lograda. Un catálogo de primera clase.
Aquí muestro varios bocetos que estuve realizando sobre el asunto.
Uno de ellos siguió adelante y llegó a convertirse en el dibujo que podéis ver al final.
Portaminas del 0,5 , 2B y un toque de color.
La propia suciedad de la mano al arrastrar el grafito proporciona algo de textura en algunos lugares de la viñeta.

Tuesday, August 08, 2006

El vuelo de Mario


-¿Crees que podrás hacerlo?

Mario giró su cabeza y me miró; luego dejó en el suelo la llave inglesa con la que había estado trabajando la última hora.
Se incorporó, y ya de pie, mientras estiraba su juventud y se retiraba de la frente la suma de sudor, grasa y aceite, se detuvo a interrogar al cielo estrellado.
Allí, tras unas finas nubes de insólita apariencia, el satélite de la Tierra emergía a ratos para derramar sobre nosotros, inconmovible, su luz.
Una ráfaga de viento delicado nos envolvió, agitando nuestros cabellos y dilatando el instante de silencio.

Sonrió, y, sin mirarme, respondió.

-No lo sabré hasta haber despegado.

Y de nuevo volvió a tenderse en la hierba.
Esta vez, además de la llave, cogió un pequeño martillo y comenzó a trabajar en el lateral del aparato, allí donde el cable de acero aportaba rigidez a uno de los soportes de madera que conformaban el patín de aterrizaje. Con pequeños golpes, precisos y rápidos, se dedicó a asegurar el conjunto, apretando aquí y allá, y comprobando que las llantas, algo melladas, girasen sin roce alguno. Los neumáticos, que se habían llevado sus últimos ahorros, aun encontrándose muy desgastados, servirían seguramente a su propósito.

Yo me senté junto a él y observé cómo mi amigo trabajaba. Posé mi mano sobre una de las ruedas y la hice girar. Los radios metálicos se difuminaron, formando una imagen hipnótica.
Cuando se detuvieron, con la mirada aún fija en la rueda, hablé otra vez.

-No sé. Tal vez no aguante un aterrizaje.

Los golpeteos y ajustes no se interrumpieron. Mario, con un par de gruesos clavos aferrados entre sus labios, se expresó con voz firme.

-Me basta con que me permita coger vuelo.

Cuando hubo terminado, se incorporó por última vez y retiró todas las herramientas y obstáculos de alrededor del aparato, entrándolas en el destartalado granero que hacía las veces de taller.
El curioso ingenio, hecho en su mayoría de madera, no tardaría en confirmar o desmentir las cualidades aeronáuticas que mi amigo había tratado de conferirle.

Luego, tras un rato de absorta contemplación, le vi colocarse con firmeza el gorro de aviador que había sido de su padre, y al calarse las gafas, advertí a través de ellas una mirada decidida, rotunda, como no recordaba haberle visto jamás. Supe entonces que no podría disuadirle.

Aún así, tuve que preguntar.

-¿No puedo hacer nada? Quiero decir... ¿estás seguro..?

Mientras terminaba de anudarse el largo pañuelo al cuello, se volvió. Después acercó su mano a mi rostro y, mientras la dejaba reposar en mi mejilla, me habló con afecto.

-No hay razones en mí. Sólo voluntad. Ojalá hubiera un por qué.

El viento, como había comenzado a ocurrir aquellas últimas noches, se volvía más intenso por momentos, apremiando a llevar a cabo la última fase.
Sabíamos que había llegado la hora.
Sin una palabra, sin una última mirada que nos pudiera hacer vacilar, nos pusimos en marcha.

La hierba de la ladera se cimbreaba con energía mientras hacíamos descender la aeronave hacia el acantilado, las manos bien aferradas a cada lado de la enorme ala, empujando con fuerza, impulsados por nuestras piernas, llevados en volandas más por el corazón que por el propio viento.
A pesar de los tumbos, pronto nos encontramos con que el aparato, gracias a la pronunciada pendiente, ganaba rápidamente en velocidad. Ya la gran vela blanca recogía obediente la ventolera y comenzaba a tensarse en sus jarcias, y el timón buscaba una mano que lo gobernase firme, para así confirmar la trayectoria.

Mario no esperó más. De un brinco se subió a la nave y se introdujo en el pequeño habitáculo, otorgando la necesaria firmeza al rumbo.
Ahora, con su peso añadido, el aparato progresaba tan rápido que pronto se me escapó de las manos, de manera que mi propósito de continuar empujando quedó frustrado.
Sin embargo, en lugar de detenerme a contemplarlo, seguí corriendo tras él.
Así, pensaba, antes de que todo acabara, el tiempo se estiraría al menos un poco más.

Al fin, vi cómo llegaba hasta el borde del acantilado. Entonces, con un escalofrío, vi cómo caía hacia el abismo, desapareciendo de mi vista de inmediato, sin que yo pudiera hacer otra cosa que seguir corriendo.
Y cuando pensé con horror que no debía haber permitido que aquello ocurriera, que el absurdo artefacto con su carga preciosa se precipitaría a su final, volvió a aparecer. Vigorosas corrientes de aire lo devolvieron de nuevo sobre la línea del precipicio, inundó el aire la vela con un flamear sordo, y haciendo crujir con furia el maderamen, impulsó al fin hacia las alturas aquella nave inverosímil.

Jadeante, llegué yo también hasta el borde, y allí detenido, lo más cerca que podía ya estar de Mario, sentí de manera diáfana cómo algo se retorcía en mi interior, anegándome la vista.
Aunque me había jurado no hacer la pregunta, no pude hacer otra cosa sino gritar con desaliento.

-¿Y si no puedes volver?

La nave se fue alejando, y mientras su silueta recortada contra el cielo ascendía haciéndose más y más pequeña, permanecí junto al abismo, a cada momento más solo, esperando anhelante la respuesta. Mi corazón hacía tanto ruido que pensé que no me iba a permitir escucharla.
Luego, a través del aire me llegó, como en un rumor, su despedida.

-¡Qué importa! ¡Nunca quise hacer otra cosa que esto!


Así fue cómo lo vi por última vez.



Ha pasado el tiempo, largo tiempo y, a su manera, reparador. Y puedo decir sin reproche alguno que he vuelto a reír y a disfrutar de una vida que me ha sido agradable y placentera.
Sin embargo, aún ahora, ya anciano, cada vez que escucho una voz fresca y juvenil, me parece tenerle de nuevo a mi lado, y revivo con un temblor estremecido aquella noche en que desapareció de nuestras vidas, con una suave sonrisa en su amable y eterno rostro de muchacho.

(para Carol y Mario)

G.B
Julio 2006