en la muerte de Toth


Tomas el volumen y hojeas las páginas, una vez más, despacio, porque necesitas tu tiempo para comprender lo que tus ojos te dicen. Asombroso, claro. ¿Acaso dudabas?
Hacía cierto tiempo, no mucho, es verdad, que no repasabas esas imágenes. Llevabas meses en otras batallas, fatigando pupilas entre couchés de colores, poses imposibles, retorcidas muecas, gratuitos efectos digitales...hijos pobres de una era de vértigo y de, por qué no, tremenda banalidad.
Pero ahora, al volver a esas hojas tan manoseadas, la vista se desenvuelve placentera, se despereza y se aviva, entusiasmada ante tanta belleza, ante tanta revelación. Es el reencuentro con lo ineludible, con lo necesario, con lo esencial. Refinados hasta lo indecible, los trazos se nos agolpan en la retina, llenándola de certeza; se apoderan de nosotros y nos inundan con su hechizo. Son verdades como puños.
Y ahí están. Ahí han estado, siempre, para quien quisiera desentrañarlos, caminarlos, intimarlos... Así que, en fecha tan triste, tomas el lápiz y te pones a ello, mientras gestionas, acaso, la manera de apropiarte de la visión del maestro.
Y abocetas. Y tratas de encajar una pose natural, verdadera. Y te dices que hay que simplificar más, y refinar, refinar, refinar... Que hay que distribuír con equilibrio los profundos negros, las finas y elocuentes rayitas en tríos, los diminutos puntitos a modo de sutiles texturas...
Y...
Bueno, consigues lo que consigues. Toth ya no está y no se puede reproducir la magia como quien pulsa el botón de encendido.. Pero, bueno, el intento vale como expresión de afecto, de admiración sin barreras hacia el coloso abatido, hacia una manera de entender el dibujo, el de los dibujantes puros, como ya no se ve ni se entiende, por mucho que los homenajes, las tertulias, las reseñas, nos lo vayan a hacer creer.
Los recuerdos de compromiso pasarán,, pero los trazos de Toth estarán ahí, sin excusa alguna para no ser estudiados, asimilados.
Y mientras te conjuras, cavilando cómo serás capaz de mantener presente tal espíritu, piensas en otro gigante de igual altura, Víctor de la Fuente, del que hace tiempo no sabes nada, y al que deseas que no le sea necesaria ninguna fatalidad para recibir los honores que su plumilla y pincel prodigiosos se han ganado en larguísimos años de viñetas sin igual.
Gantry.